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Artículo de colaboración para Borroka garaia da! Autor: Hauspoa

Traducción al castellano de Historiaren hari gorritik tiraka

En el texto de presentación que publicamos en septiembre ya anunciamos que habría más escritos en el futuro. Dentro de la serie de textos que iremos publicando en los próximos meses, hemos considerado que lo más adecuado era empezar por el análisis histórico. Y lo hacemos porque entendemos que un pueblo no es nada sin su historia; que aquellos que desconozcan de dónde proceden difícilmente acertarán la dirección a la que dirigirse. Bien es cierto, sin embargo, que la historia se puede contar de muchas maneras. De hecho, la mayoría de las veces la única historia a la que tenemos acceso es la que nos ofrecen los vencedores. En Euskal Herria lo sabemos muy bien; uno de los objetivos principales de las historiografías imperialistas española y francesa ha sido la negación de nuestra existencia histórica (junto con la negación del resto de pueblos oprimidos que nos rodean). Frente a ello, hay quien se sumerge con devoción en el estudio de la historia vasca y trata de hallar en este o aquel acontecimiento histórico la prueba de la existencia y legitimidad del pueblo vasco. Sin desmerecer esos esfuerzos y reconociendo su importancia, nosotras no entendemos la historia como justificación. Es decir, para demostrar la existencia de Euskal Herria no es necesario acudir a la historia; la voluntad política que muestra aquí y ahora el pueblo vasco es prueba suficiente de su existencia y legitimidad. Y en ese sentido es innegable que Euskal Herria, hoy por hoy, conforma una realidad política, económica, social y cultural específica. Hablamos, cómo no, de la nación vasca, cuya existencia está intrínsecamente ligada al análisis histórico, en tanto la propia nación es resultado de una manera concreta de entender la historia.

Al igual que sucede entre la historia española/francesa y la historia vasca, dentro de Euskal Herria también existen diferentes maneras de entender la historia y la nación. Por ejemplo, dentro del nacionalismo vasco, ha tenido mucha importancia la corriente que defendía que las vascas somos un pueblo “en sí”. Los jeltzales han sido el mayor exponente de esta visión, pero no los únicos. Según esa perspectiva, las vascas conformaríamos un grupo humano con una serie de particularidades preestablecidas; un destino que guía nuestra existencia y un carácter romántico que Dios se encargó de esculpir en nuestra sangre. A pesar de que en la actualidad las explicaciones de tipo religioso y racista son ya marginales, la perspectiva esencialista aún está muy presente en la sociedad vasca; muchas piensan que las vascas tenemos algo, una especie de carácter innato, que nos diferencia de las demás. Dentro de ese esencialismo o idelismo, el punto de partida lo establece esa abstracción (la esencia, la idea misma de “lo vasco”), que es la que determina al fin y al cabo la realidad y por consiguiente los acontecimientos históricos. Desde nuestro punto de vista, sin embargo, deberíamos tomar justamente el camino contrario para entender e interpretar la realidad. De hecho, las vascas, como el resto de pueblos del mundo, somos fruto de la historia, y esa historia a su vez, es fruto de los acontencimientos históricos concretos y materiales que se han venido sucediendo sobre la tierra que pisamos. Por suerte o por desgracia, no tenemos nada que, esencialmente, nos diferencia del resto. Tenemos, por su puesto, una subjetividad específica, pero su origen es completamente terrenal, no hay ningún “dios”, ningún “espíritu” ahí fuera. Nuestra subjetividad, o si se prefiere el “euskal sena”, no es más que el reflejo simbólico que dichos acontecimientos históricos materiales han terminado por imprimir en nuestro pensamiento y en el de nuestras antepasadas. Eso no significa que haya que rechazar esta realidad simbólica; correríamos el peligro de caer en el positivismo más reduccionista. Por el contrario, a la hora de analizar la historia, más allá de la mera enumeración de acontecimientos, deberíamos de ser capaces de entender la subjetividad de aquellas que vivieron sobre esas bases materiales; comprender sus sentimientos y vivencias, para así poder entender las decisiones que tomaron en cada momento histórico.

Una vez que hemos establecido nuestro punto de partida materialista para el análisis de la historia, nos gustaría destacar otra cuestión clave. Y es que nada más empezar con el análisis histórico, nos percataremos de que la nuestra no ha sido una historia pacífica; y no porque los habitantes de esta tierra así lo hayan querido. Al igual que ha ocurrido con tantos otros pueblos, la nuestra también ha sido una historia de resistencia; la historia de un pueblo que ha tenido que luchar para defenderse a sí mismo, para sobrevivir. Los habitantes de estas tierras han tenido que hacer frente constantemente a los distintos intentos de asimilación por parte de las potencias e imperios vecinos; desde la Prehistoria hasta nuestros días. Y los ataques no han venido sólo desde fuera. ¿Cuántos vascos, dotados con todos los apellidos vascos y la más limpia de las sangres, han participado de las campañas colonizadoras a sueldo del imperialismo español allende los mares? ¿Cuántos de esos han sido opresores en tierras vascas? A veces por interes propio, otras haciendo de cipayos al servicio de intereses ajenos, ¿cuántos han vendido a sus hermanos y hermanas vascas a cambio de un miserable beneficio?

Por todo ello creemos que la Euskal Herria actual es resultado de la disputa entre opresores y oprimidas. Así, identificamos el motor de la historia en el choque permanente entre intereses contrapuestos, y por ello, la única madre que reconocemos en la historia vasca es la matxinada, el levantamiento popular, la lucha de todas aquellas que generación tras generación se han rebelado frente a los opresores. Con ello, también señalamos el principal componente constituyente de la nación vasca; la lucha permanente por la libertad, la resistencia. De hecho, esa ha sido la única circunstancia que ha permitido hacer frente a la asimilación y poder seguir existiendo como pueblo. Ante todo, son aquellas que a lo largo de la historia de Euskal Herria han luchado frente a todo tipo de opresiones, en defensa de las tierras y la lengua vasca, las que merecen centrar el análisis histórico y nacional.

Más allá de abstracciones de tipo idealista, cuando hemos dicho que entendíamos la historia desde el materialismo, justamente a esto es a lo que nos referíamos; que la historia, y la nación como resultado de la misma, son consecuencia directa de esa lucha de clases concreta. Pero la historia que nosotras reivindicamos va más allá; queremos obtener un conocimiento científico de la historia, sí, pero no para construir un artefacto académico neutral. Queremos poner la historia al servicio de las oprimidas, convertirla en una fuente de inspiración y aprendizaje que alimente el proceso de liberación: ¿Por qué estamos ahora en la situación que estamos? ¿Cómo superar esta situación? Para ello, tendremos que analizar cada una de esas rebeliones, levantamientos, intentos revolucionarios y resistencias, así como a sus protagonistas; ya sea el más épico de los combates que tantos hombres y mujeres libraron en nuestras montañas, así como la resistencia silenciada que miles y miles de mujeres tuvieron que ejercer en la oscura cotidianidad de los hogares. Y ahí encontraremos nuestro mayor reto, porque esa historia no es la Historia con mayúsculas; es la historia de las olvidadas, de las de abajo, la pequeña historia. Como revolucionarias, nuestro análisis historiográfico debería ir dirigido a rastrear esa historia de las oprimidas y sacarla a la superficie.

Por lo demás, profundizar en la historia de la lucha de clases en Euskal Herria también nos lleva más allá de nuestras fronteras, hasta encontrarnos con las raíces del capitalismo. Y una vez ahí a aclarar las claves para su comprensión; es decir, entender que como sistema de dominación no se trata más que de un acontecimiento histórico. El capitalismo no es una ley natural, ahistórica, una tendencia innata que la personas tenemos para relacionarnos entre nosotras. Al contrario, se trata de una síntesis social que se crea y se desarrolla en un momento muy concreto, que no ha existido anteriormente y que, por tanto, puede dejar de existir en algún momento. Desde la perspectiva histórica, esto nos conduce a asumir que necesariamente hubo de haber una existencia precapitalista. Y así, por ejemplo, veremos cómo el feudalismo existía en muchos países antes de que el capitalismo comenzara su expansión. Podemos considerar el feudalismo como un sistema de dominación social, ya que una clase dominante (nobleza, señores feudales, iglesia) se apropiaba sistemáticamente del trabajo realizado por la clases oprimidas (comunidades campesinas), haciendo uso para ello de su propio sistema jurídico, político, ideológico y represivo. Clase trabajadora y clase explotadora, por tanto, pero no capitalistas, ya que la dominación no se ejecutaba a través de los mecanismos propios del capitalismo (propiedad privada burguesa y compraventa de mercancías).

Dentro del mismo feudalismo también existían formas de dominación previas, entre los que hay que destacar el patriarcado. En realidad, los mecanismos sociales por los que los hombres se apropiaban del trabajo y el cuerpo de las mujeres eran mucho más antiguos que el feudalismo, pero el feudalismo supo absorber esa lógica patriarcal y ponerla a funcionar según sus intereses. De una manera parecida a la que después haría el capitalismo. Para el caso del patriarcado, tendremos que ir a la Prehistoria para analizar el contexto social en el que se creó, y así entender sus características y funcionamiento. En este caso, sin embargo, es todavía más importante entender cómo ha conseguido sobrevivir a lo largo de la historia y, a diferencia del feudalismo, lograr reproducirse y expandirse dentro del capitalismo.

En relación a los sistemas precapitalistas, conviene hacer una última mención. Como hemos dicho anteriormente, el feudalismo estaba sustentado sobre las comunidades campesinas; como consecuencia de la subordinación a la que estaban sometidas, debían ofrecer unos días de trabajo y/o parte de la producción a los señores feudales y a la iglesia. Sin embargo, muchas de esas comunidades vivían en los márgenes de los sistemas feudales y el poder y el control feudal no era total. En ese sentido, hay que subrayar que las rebeliones y levantamientos campesinos que se dieron en Europa durante siglos respondían a esa tensión de clase; los señores feudales tratando de acumular y centralizar de cada vez más el poder feudal, las comunidades campesinas defendiéndose de cada ataque centralizador.

Estas comunidades campesinas, bajo condiciones de subordinación más o menos severas, muchas veces eran capaces de mantener una estructura interna propia, con las características de lo que se conoce como economía natural; propiedad comunal, comunidad, sistema productivo enfocado al autoconsumo, importancia del trabajo colectivo… También disponían de instituciones democráticas básicas; concejos, asambleas de pueblo/aldea/valles… Todas esas características internas de las comunidades campesinas eran vestigios de lo que llamamos comunismo primitivo. En algunos lugares de Europa estas comunidades campesinas basadas en la economía natural sobrevivieron hasta el siglo XX, aunque para entonces ya estaban bastante desfiguradas como consecuencia de las dominaciones históricas que habían sufrido (feudalismo, patriarcado, primeras fases del capitalismo…).

Hemos dado con las raíces del capitalismo, y hemos comprobado cómo previamente había también oprimidos y opresores. Si realmente queremos analizar la historia de la lucha de clases no podemos olvidarnos de todo esto; la economía natural, el patriarcado, el feudalismo, los primeros comerciantes y burgueses que aparecen en torno a las ciudades. También los primeros imperios y monarquías que surgieron en la Prehistoria, las primeras formas de Estado; así como la génesis y expansión de las religiones monoteístas. El desarrollo histórico propició la combinación compleja de todos esos componentes precapitalistas, y el resultado, aparentemente, refleja gran diversidad, con particularidades en cada territorio y cada país. Sin embargo, podemos intuir una tensión que subyacía a cada una de esas realidades particulares: la acumulación de poder y la opresión por un lado, la determinación por vivir en paz y libertad por el otro. Las resistencias, revueltas, guerras y matxinadas surgidas hasta entonces, fueron el reflejo de la tensión entre esas dos fuerzas; el reflejo de la lucha de clases precapitalista.

Y después, el capitalismo; el sistema de dominación más universal y más poderoso que ha conocido el planeta. Con su aparición puso el tablero de juego patas arriba, desatando fuerzas hasta entonces inimaginables y acelerando la velocidad de la historia; la acumulación originaria, la imposición de la propiedad privada, la mercantilización de las condiciones de vida, el desarrollo de la industria, la competencia capitalista, la proletarización, la dimensión planetaria de la guerra… La burguesía, nueva clase social ascendente al servicio del capital, hizo uso de todo tipo de artimañas para generalizar las condiciones que permitieran la dominación capitalista. Aunque fue un proceso largo y complejo, tenía un único y preciso objetivo como meta: convertir en mercancía los elementos necesarios para la vida (medios productivos y reproductivos, la tierra, los recursos naturales que la tierra guarda, la fuerza de trabajo…). Es decir, superar la condición que estos elementos presentaban en los sistemas precapitalistas, liberarlos, y establecer las condiciones para poder comprar y venderlos sin límite. Al fin y al cabo, esa era la condición necesaria para reproducir y acumular capital permanentemente. Junto con todo esto, el desarrollo capitalista también abrió nuevas oportunidades para la lucha de clases: facilitar la solidaridad entre las oprimidas, socializar de la producción, despertar nacional e internacionalmente la conciencia de clase revolucionaria… De hecho, los mayores y más exitosos intentos revolucionarios que hemos conocido los hemos visto junto con el desarrollo del capitalismo, durante los siglos XIX-XX. Tendremos que analizarlos en profundidad, inspirarnos en sus virtudes y aprender de sus errores.

Por lo tanto, si queremos reconstruir la historia de la lucha de clases de Euskal Herria, tendremos que analizar todo lo presentado anteriormente en el contexto vasco: ¿Cómo se dio todo este proceso histórico en Euskal Herria? ¿Partiendo del comunismo primitivo, hasta cuándo resistieron las comunidades campesinas? ¿Cuál ha sido la historia y la resistencia de las mujeres en Euskal Herria, desde la implantación del patriarcado, pasando por la caza de brujas, y hasta la forma que la violencia patriarcal toma hoy en día? ¿Cómo ha sobrevivido Euskal Herria, su lengua y su pueblo trabajador, frente a los ataques de diferentes imperios y regímenes? ¿Cómo se desarrolló el capitalismo en Euskal Herria? ¿Cuál es el resultado de todo esto en la Euskal Herria actual? Interrogantes todos ellos ciertamente sugestivos, a los que por desgracia no podremos responder en esta ocasión, ya que nos extenderíamos demasiado. Prometemos, sin falta, darles respuesta en la próxima entrega.

 

3 thoughts on “El hilo rojo de la historia

  1. En araba por lo que tengo entendido todavia existen los concejos y el monte comunal donde se hacen auzolana para el cuidado del pueblo y los bosques, pero si alguien tiene mas informacion estaria bien conocerla.

  2. Está bien pero me parece que al dejar sin responder las preguntas que se plantean al final se queda muy corto. Me gustaría ayudar a responder a esas preguntas, aun cuando ni siquiera sé si se pueden responder directamente.

    Primero: comunidades campesinas? Yo diría que la Revolución Neolítica es ya una forma de opresión, o al menos de degradación (evolución contradictoria como poco), ya que nuestra biología básica (incluidas psicología y sociología de corte genético) es netamente cazadora-recolectora, quien busque el comunismo primitivo en el campesinado encontrará muchas contradicciones pero quien lo busque en la caza-recolección lo encontrará siempre, y aunque suele encontrarse división de roles productivos de género también se encuentra ahí igualdad de género a nivel fundamental, que se empieza a ver dañado en el Neolítico, con más claridad en las sociedades pastoriles por lo general.

    En este sentido, en la Europa Occidental pre-Indoeuropea podemos observar tres fases:

    1º – La fase paleolítica, con muchas fases internas, que es pre-vascónica (pero contribuirá de manera secundaria a lo vasco) y que en su encarnación final epi-magdaleniense llamo paleoeuropea occidental. Entonces habría comunismo primitivo e igualdad esencial de género, lo mismo que se observa en todas las sociedades cazadoras-recolectoras del planeta.

    2º – La fase neolítica, que es vascónica ya aunque en la mayor parte del territorio aún no vasca o proto-vasca (sino de tipo sardo genéticamente hablando), que fue causada por una colonización acelerada desde Asia Menor y Grecia, llegando a EH hace unos 7000 años. Es probable (en mi opinión) que en la zona entre Navarra y Borgoña (al menos, también se aprecia poco después en la región escandinava, pero no la mayoría de Iberia, ni en Irlanda, ni en Languedoc, ni en la mayoría de Alemania, ni en Italia tampoco) se empezara a formar una población mestiza proto-vasca hacia esas fechas (pero necesitamos más investigación en esta zona). En todo caso el las lenguas vascónicas deben haber llegado en esa época y las poblaciones mestizas “proto-vascas” también las adoptaron. Culturalmente no está claro si ya había patriarcado o no o si en algunos lugares sí y en otros no. Lo que sí que hubo fue sin duda guerra y violencia, al menos en Alemania, violencia que en algunos casos parece tener elementos sexistas y muy brutales.

    3º – La fase calcolítica (cobre y piedra) avanzada, hace unos 5000-4000 años, con continuidad en la Edad de Bronce, en la que se aprecia por un lado la expansión indoeuropea inicial sobre poblaciones mayormente vascónicas de Europa Central, Balcanes y Escandinavia (a partir del sur de Rusia, que es la cuna de lo Indoeuropeo) y por otro, en Europa Occidental, la expansión de poblaciones de tipo proto-vasco, con la cultura de Artenac primero y del Vaso Campaniforme después (aunque ojo: el Campaniforme es complejo), a partir de probablemente Aquitania y zonas adyacentes. En esa época vemos en Iberia un reemplazo poblacional de tipo genético vasco (indistiguible de los vascos modernos “purarraza”) y en las Islas Atlánticas un tipo genético similar al de los modernos “celtas”, que es muy similar al vasco pero podría tener alguna mezcla indoeuropea. En Alemania apreciamos también un avance del tipo vasco pero sin realmente socavar la base indoeuropea (mestiza) establecida previamente por la conquista de la cultura de la Cerámica Cordada y en la República Checa lo que vemos es cambio cultural hacia el Campaniforme (de origen sudoccidental) pero sin aportación genética proto-vasca alguna (estricta continuidad indoeuropea con cambio cultural nada más). En esta época, si no antes, se desarrolla con mucha seguridad la propiedad privada, el comercio (probable rasgo central del fenómeno campaniforme proto-vasco) y al menos en las zonas más desarrolladas (Iberia meridional sobre todo) una clara especialización laboral y formación de una sociedad de clases, probablemente con algunos elementos patriarcales ya.
    En el Bronce del Sudeste Ibérico por ejemplo (cultura o civilización de El Argar y afines) vemos con mucha claridad esta sociedad de clases y patriarcal, así en la motilla (castillo) del Azuer (La Mancha), que son casi con certeza absoluta gente proto-íbera y de genética vasca, vemos tres clases nítidamente diferenciadas por la nutrición: la de “alta calidad” (la familia del barón o castellano seguramente), la de “calidad media” (probablemente soldados y sus familias) y la de “baja calidad” (la mayoría, sirvientes) y vemos también que las mujeres jóvenes de esta clase baja sufren más (indicio de patriarcado y abusos sexistas). Por contra en el Neolítico catalán vemos igualdad social, incluida de género. Ref. para ambos estudios: https://forwhattheywereweare.blogspot.com/2011/03/childhood-and-death-in-neolithic-and.html
    Es decir: lo que aprendemos es que los proto-vascos, en este caso proto-íberos pero misma cosa en términos genéticos y generalmente culturales, podían desarrollar por su cuenta, sin necesidad de invasiones indoeuropeas o de otra índole, sociedades clasistas y patriarcales. Probablemente eso se aplique menos a lo que más tarde llamaremos Vasconia o Euskal Herria pero es sobre todo por “subdesarrollo”, por ser una periferia en términos civilizacionales.

    4º – La fase del Hierro, que empieza realmente al final de la Edad de Bronce, con la expansión de la cultura italo-céltica de los Campos de Urnas, que son invasiones indoeuropeas al sur de los Alpes y al sudoeste del Rin, más tarde reforzadas en el Hierro, sobre todo con la cultura plenamente celta de La Tène, y ya en la fase histórica con la invasión romana, que es un auténtico período colonial al servicio de la metrópolis italiana. Esta fase es un exacerbamiento de los procesos de apropiación ya presentes en las fases anteriores y por supuesto de establecimiento de una cultura más fuertemente patriarcal (palabra latina, de “pater familias”, con autoridad de vida y muerte sobre toda la “famlia”, conjunto de servidores domésticos o “famuli”, por extensión la mujer, las hijas y también los hijos varones, al menos los menores de edad).
    En esta fase se produce la conquista romana de “Vasconia” (Aquitania seguramente es un término menos anacrónico), Cantabria y Asturia, que también eran países preindoeuropeos, vascónicos, digan lo que digan. La conquista comienza con la campaña de Craso el Joven, probablemente buscando la gloria personal, en el contexto de la campaña de César contra los galos. Somete a las naciones (tribus o estados) hasta el Bidasoa y Pirineo pero César constata que naciones más remotas de los aquitanos aprovecharon la llegada del invierno para evadir la sumisión, esas naciones son sin duda las de Hegoalde, vascones, varduli, etc., quizá incluso cantabri. Naciones que serían conquistadas después en varias campañas, muchas de ellas muy oscuras (varios triunfos por “pacificar Hispania” pero sin detalles), culminando en la Guerra Cántabra, que fue una auténtica guerra asimétrica, tras la que se obligó a los cantabri (pero se aprecia también en Bizkaia) a abandonar sus “oppidae” (poblados fortificados) en las cimas de las colinas y a residir en los valles. P.e. aquí en Bilbo, se abandona Malmasin y se funda la colonia de Flavibriga en la localidad preexistente de Portus Amanus (Puerto Abando?, por coordenadas necesariamente es Bilbao o cercanías, ya que está al sur-sudeste de la desembocadura del Nerva, pronúnciese “nerua”).
    Durante unos cinco siglos seguiremos en esa subordinación colonial, con la única pequeña mejora de la formación de la provincia de Aquitania Tertia (Novempopulania) por la insistencia de cierto prohombre al que le inscribieron una estela (no recuerdo el nombre), ya en la época terminal de Diocleciano.

    5º – Feudalismo y Bagauda: El feudalismo se inicia precisamente con Diocleciano (fines del s. III), soldado dálmata golpista que detesta Roma (y casi muere de indignación cuando por fin la visita y es tratado de tú a tú). Diocleciano no sólo troceó el Imperio sino que estableció la obligatoriedad de herencia del oficio de padre a hijo y favoreció el “colonato” (servidumbre de la gleba), su reforma monetaria radical destruyó la economía mercantil urbana y agrarizó el Imperio en crisis. A partir de ahí estos rasgos se profundizan, con los oligarcas terratenientes cada vez presionando a más y más campesinos libres a convertirse en siervos (coloni, “servus” aún significaba esclavo) y además se impondrá la religión cristiana (neo-judía) a partir de su sucesor Constantino (principios del s. IV) obligatoria a partir de Teodosio (fines del s. IV). Tras la muerte de Teodosio el Imperio Occidental colapsa rápidamente, en parte por las invasiones germánicas (visigodos desde el este y vándalos desde el norte sobre todo) pero también por las revueltas campesinas llamadas “bagaudae”, que en ese momento estallan en Helvetia y, sobre todo en Aquitania y la zona alta de Tarraconense (es decir: en “Vasconia”). Esta última revolución campesina no es nunca derrotada del todo y sienta las bases de lo que luego conoceremos como derecho pirenaico, navarro o vasco, que no es romano ni feudal, sino otra cosa, algo muy nuestro y en general bastante mejor que el derecho romano.También es sin duda responsable del milagro de la supervivencia del euskera en medio de lenguas romances (latín vulgar).
    Así vemos en la primera “edad oscura” (o altísima Edad Media) cómo durante dos siglos, del Ebro al Garona y de Cantabria a zonas indeterminadas del Pirineo, existe una Zona Libre que no acaba de ser conquistada ni por godos ni por francos. Es en esta época cuando se empieza a usar el término “vascones” (singular latino “vasco”), aunque a veces se usa “cántabros” y “Cantabria”, en particular por los visigodos, que crean el Ducado (marca fronteriza) de Cantabria, precursor distante de Castilla, en la zona al sur de la actual Cantabria, de Merindades, pero incluyendo La Rioja y Tutera, con algunas incursiones más al interior que no parece que fueran nunca consolidadas. Esta Zona Libre (o la mayoría de ella, Cantabria parece que se pierde al estado visigodo entonces) se acabará constituyendo como Ducado de Vasconia, tras la invasión franca de principios del siglo VII. Es en este momento cuando, a pesar de mantener sin duda en importante medida sus raíces revolucionarias campesinas, Vasconia (ya con ese nombre) se convierte en Ducado, en monarquía, y entra ya al orden feudal medieval formalmente.
    Esta situación monárquico-feudal se irá agudizando en las siguientes fases estatales vascas que son Pamplona y Navarra. Nunca hay una ruptura total o radical con el derecho pirenaico, no hasta la Revolución Francesa al menos, pero sí que creo que debemos hablar de degradación paulatina del espíritu revolucionario vasco en estas condiciones, hasta el punto que la Navarra foral llegó a tener una corte (parlamento) estamental, típicamente tardo-feudal. En este sentido creo que hay que dejar de idealizar el estado navarro, que es derivado del derivado del derivado de la revolución constituyente vasca o Euskal Bagaduda, en un proceso de concesiones y adaptaciones que en general favorecen a los poderosos y a los extranjeros. Sin embargo, en algunos territorios, esa degradación feudalizante fue mucho menor, en particular en la costa (entonces de menor importancia), donde vemos como no aparecen castas feudales o incluso se mantiene, al menos en Lapurdi, la igualdad legal de mujeres y hombres >> https://www.academia.edu/682017/The_Remarkable_Role_of_Women_in_16th_Century_French_Basque_Law_Codes

    6º – Revolución industrial, Capitalismo y destrucción parcial o total de las autonomías vascas “forales”. Sólo apuntarlo porque es la fase final o más reciente pero ha sido analizada muchas veces y no me siento capaz de añadir nada que no sea conocido.

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