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Artículo de colaboración para Borroka Garaia da!. Autor: Josemari Lorenzo Espinosa

Joseba Sarrionaindia es un escritor vasco, clasificado en la generación literaria del primer postfranquismo. Tal vez la primera que pudo escribir en euskera, con alguna libertad y posibilidad de ver publicados sus escritos. Y que merezca, para esas fechas, la denominación generacional. Esta generación se caracterizó además por su adscripción política antifranquista. Inicialmente en el nacionalismo vasco. Incluso alguno mas cercano a lo que representaba ETA. Y, en especial por la reivindicación del euskera o de la soberanía vasca, perdida por la ocupación hispano-francesa desde el s. XIX. Uno de sus textos mas conocidos es, sin duda, “Ni ez naiz hemengoa”. Escrito en la cárcel.

Muchos presos han escrito desde su celda, en condiciones difíciles, cartas, poemas, pensamientos, sueños…Uno de ellos, uno de los nuestros, fue Sarrionaindia. Este autor aprovechó literariamente los años de cárcel, y después el exilio, para seguir escribiendo. Colaborando en revistas. Traduciendo. Publicando poemas etc. Y lo que es mas curioso, y desesperaba a muchos, recibiendo premios “oficiales” por ello.

“Ni ez naiz…” ha sido muchas veces comentada. Reseñada. Alabada… Pero casi siempre en sus aspectos filológicos, literarios, estilísticos…Muy pocas veces. O ninguna. Lo ha sido en otro plano. El de la situación y penurias carcelarias, que también trata. Y que es, precisamente, lo que he querido recoger aquí. De modo que, esta colaboración no tiene ninguna pretensión de crítica literaria. Que, por otro lado, no sabría hacer. Solo pretende rescatar y subrayar las situaciones, específicamente carcelarias, que vivió y reseñó el autor. Rescatar sus escritos y comentarios sobre algunas cosas que padecen los presos vascos y que, por desgracia, mucho me temo son todavía habituales. Mas de treinta años después.

El texto, calificado por el propio Sarri metafóricamente, como “casa de citas en forma de dietario”, a pesar del ambiente represivo en que fue escrito, no evita algunas reflexiones político-existenciales, sociales y de la vida en la cárcel. Y esto es lo que nos interesa, en este momento. Al menos a mi. Aunque estén mezcladas en el libro con otras mas numerosas sobre aspectos literarios, culturales, antropológicos etc.

Sarri estuvo en la cárcel desde 1980 a 1985. Uno de sus comentaristas (Patri Urkizu) afirma que por su “participación en la lucha contra las injusticias sufridas”. Fue acusado de pertenencia y colaboración con ETA. Y sentenciado a mas de veinte años de cárcel. Durante su estancia en prisión sufrió varios castigos, aislamientos y traslados. Participó en protestas y mantuvo una estrecha amistad con sus compañeros. Pasó por Carabanchel, El Puerto de Santamaría, Herrera o Martutene.

Cuando fue detenido en 1980, según ha escrito, fue “torturado de manera salvaje” durante varios días. Ahora, ha manifestado recientemente en una entrevista, que no encuentra práctico que nadie le pida perdón, por esto. Como tampoco que le obliguen a él a pedirlo, por su militancia política. También ha dicho que se siente “feliz por no haber vuelto a ver” a sus torturadores. Hoy, considera también, que “el asesinato y la tortura, el secuestro y la cárcel deberían descartarse…” en la solución del conflicto vasco.

En junio de 1985, aprovechando la celebración de un concierto, Joseba Sarrionaindia y otro compañero (Iñaki Pikabea), se fugaron de la cárcel de Martutene, escondidos en las cajas de dos altavoces. Este suceso espectacular, fue cantado y celebrado en todo Euskadi al ritmo de la canción de Kortatu “Sarri, sarri, sarri..”, porque, como cantaba Muguruza, “faltaban dos en el recuento carcelario…” . Esta increíble fuga fue también el último acto del recorrido carcelario del escritor vasco.

Durante su reclusión, Sarri sufriría un régimen “especial”. Es decir, en palabras del propio Joseba “un conjunto de intolerancias y vejámenes, a través de los cuales las instituciones penitenciarias tratan de someter o al menos dañar a los presos clasificados como “peligrosos” y, en particular, a los prisioneros vascos, que por vascos y por revolucionarios son, según premedita cualquier funcionario español que se precie, doblemente peligrosos”.

“En aquella situación-sigue Sarrionaindia-un elemental sentido de dignidad personal y colectiva nos llevó a rechazar los abusos y humillaciones de que éramos objeto, y la respuesta no se hizo esperar, pues inmediatamente fuimos sancionados sin escatima de partes ni castigos.”

En aquellas condiciones de aislamiento e incomunicación generalizada, “durante mas de diez meses inclementes e interminables”, Sarrionaindia milagrosamente escribió su “Ez naiz hemengoa”, publicado en 1985, en euskera, por Pamiela. Y, en 1991, en castellano por Hiru. Ha conocido varias ediciones y traducido a otros idiomas.

El autor dedicaba la obra “A los compañeros que luchan por la independencia y la revolución social”. Muchos de los cuales estaban entonces en la cárcel, o lo están todavía años después. Y, entre las citas al comienzo coloca una de Bergamín que dice “Por qué callar, dejando el pensamiento sin voz, y los sentidos sin palabra ¿No sabes acaso que si siembras silencio recogerás la cosecha del olvido”. Sarrionaindia fue uno de tantos que, desde la cárcel, decidió y consiguió no callar, evitando así la cosecha del olvido. Releyendo hoy, treinta años después, lo que escribió en la cárcel, es inevitable la comparación y la actualización de aquellos textos. En especial los que se refieren a la situación y a la lucha de los presos políticos vascos. Y al recuerdo que en el prólogo, a la edición de Hiru, escribió en 1991 en memoria de los compañeros muertos.

En este obituario se incluían los nombres de los desaparecidos en prisión, que el autor llama “cárcel de exterminio”: Joseba Asensio muerto en Herrera (1986), Josu Retolaza (1987) Mikel Lopategi (1988) Juan Carlos Alberdi (1988) o Teodoro Aramendia (1988). En el mismo prólogo, saluda a los “sobrevivientes (…) que, como en las concentraciones de entonces, en las dispersiones de ahora continúan dando una lección de dignidad y de resistencia al margen del inmenso y ruidoso silencio que el poderío, la arrogancia y el espectáculo del Estado impone sobre casi todas sus cosas”.

Mirando el calendario

Miro el calendario: 2 de febrero de 1984. Hora de salida del sol 7,23…Los rayos de sol llegan solo a veces hasta la celda con sus temblorosas y huidizas caricias. Pasan grupos de nubes de vientre oscuro y espalda blanquecina (…) La radio dice que hay mil policías en Madrid a la búsqueda del comando que el pasado domingo acabó con un general del Ejército.

Son las tres de la tarde, estamos encerrados en las celdas y veo alguna que otra figura oscura en las ventanas. No se forma vaho en los cristales porque dentro hace tanto frío como fuera. He recibido una carta de un refugiado que está en huelga de hambre en la catedral de Bayona y que, dice en la carta, tiene la piel pegada a los huesos.

Los gorriones se esconden entre las tejas, tiritando de frío, luego vuelven a saltar al aire estremecidos…No hay nada en el patio, lo único que se mueve en el suelo es el viento que agita el agua de los charcos. Hoy comienza el año de la rata en el horóscopo chino. Los chinos dicen que será un año de conflicto y cambio y, como son mayoría, seguro que aciertan.”

(…)

La hora de apagar las luces

De noche, cuando cierran las celdas, enciendo la radio, y sale Radio Nacional de España. Con inesperada música de Benito Lertxundi, es un programa sobre la violencia en el País Vasco. Entrevistan a uno de los arrepentidos:

“Qué es lo primero que te encontraste al cruzar la frontera?”

“Quizá el policía que encontré en la aduana, le saludé y me invitó a echar unos potes por el pueblo”

Y se escuchan unas coplas de Xabier Amuriza, cantadas por Imanol. Después la radio da la noticia de que Julio Cortazar ha muerto (…)

Repaso un cuento escrito hace tiempo. Comienza así: “El mundo estaba cubierto por una blanca e interminable capa de nieve”. Lo cambio y queda así: “El mundo parecía, a causa de la nieve, un libro sin escribir”.

Las once y media, el funcionario grita desde el otro lado de la puerta que es la hora de apagar las luces.

(…)

Un joven ha muerto

Esta noche, en un piso de Barakaldo, la policía mató a un joven, hirió gravemente a dos y detuvo a otros dos que resultaron, como se dice en la prensa, ilesos, pero también estos tuvieron que ser ingresados en el hospital después de pasar por comisaría.

Al joven que ha muerto, Iñaki Ojeda, le llamábamos Txapel. Lo conocí en Carabanchel y después estuvimos mucho tiempo juntos en el Puerto de Santa María, hasta que el año pasado salió en libertad.

Escribía poemas y en cierta ocasión, en Puerto, estuvo casi tres meses en celdas de castigo porque algún funcionario, en el diario cacheo de la celda, escudriñando los profusos escritos del preso, halló poemas-según catalogó el funcionario-antipenitenciarios.

(…)

Encerrados en las celdas

Hoy hemos iniciado una protesta en contra del régimen carcelario. Desde la mañana, al no ponernos de pie contra el fondo de la celda para el recuento, los funcionarios no han abierto las puertas. Así que estamos sancionados y encerrados en la celda durante todo el día. Sólo una pequeña radio y algunos libros para pasar el tiempo, tres pasos para un lado y otros tres de vuelta. De todas formas el no tener que obedecer órdenes de nadie proporciona una cierta libertad, aunque es una libertad tan pequeñita que, por decirlo de alguna manera, cabe en la palma de la mano.

(…)

Día de elecciones

Ayer mataron en Mendi, provincia de Soule, al refugiado Eugenio Gutiérrez de Lejona, con un rifle de mira telescópica.

Hoy es día de largos números y arrogantes valoraciones en las provincias vascas.

(…)

Cambio de módulo

Algunos de nosotros hemos sido trasladados de módulo. Tres al Uno. Las celdas de este módulo, tienen cangrejo, que es una segunda puerta interior formada por barrotes de hierro que hay junto a la puerta habitual. Mi ventana da al patio, el sol no entra en todo el día a las celdas de este lado y hace un frío glacial, pero puedo hablar de ventana a ventana con amigos que hace tiempo no veía, muerto de frío y de buen humor.

(…)

El cuclillo en el Puente de Roma (el arco iris)

Dicen que el cuclillo canta por primera vez en el Puente de Roma el cinco de marzo. Desde aquí no se oye el canto del cuco. Cuando llegue quizá nos encuentre con los bolsillos vacíos como ahora.

Hoy estoy pensando en ti, en ti que estás leyendo. Para empezar ni siquiera se quién eres. Entonces, ¿para quién escribo?. No escribo para mi mismo, aunque leo bastante y en la celda no me queda ningún libro sin leer. No escribo para nadie en concreto, ni para un tipo de gente, y mucho menos para todo el mundo.

Sea como fuere, supongo que escribo para alguien, tengo la leve esperanza de que mis escritos entretengan a quien seas. Hago voces y espero algún eco de la otra parte. Mi pregunta, aunque suspendida ya en el pasado, demanda tu réplica.

Demanda suspendida en el pasado, digo, porque lo que yo te cuento en este diario es remoto. No se cuándo leerás estos papeles, pero tienes una ventaja, tu ya sabes lo que ha pasado mañana, pasado mañana. Quizá han pasado uno o dos años, y sabes perfectamente qué ha sucedido entre tanto. Sabes mas que yo y mis observaciones, quizás te parezcan torpes, desde tu nivel superior en el tiempo. Quizás lo mío no sea entonces pregunta sino recuerdo.

Oigo ya al cuclillo. Ah, no es el del Puente de Roma. El es compañero de la celda de al lado que imita esmeradamente los trinos de los pájaros.

(…)

El Puerto de Santa María

Sucedió el verano pasado. Participamos en un motín en la cárcel de Carabanchel y después de bastantes horas de resistencia, fuimos reducidos por la policía. Veinte de entre nosotros fuimos inmediatamente trasladados al Puerto de Santa Maria, a celdas de castigo, con sanción para un mes. Lo que quiero contar sucedió en aquellas celdas de aislamiento.

Era una tarde sofocante, los mosquitos como siempre imperaban en todo aquello, dentro y fuera, sin preocuparse por los barrotes. Cada preso en su celda, todo estaba en silencio, exceptuando alguna esporádica estridencia de llaves y puertas. De repente en la galería del otro lado se abrió una puerta y se oyeron gritos. Me acerqué a la ventana, había una discusión en la galería de enfrente, tres o cuatro celdas a la derecha, y no oía todas las palabras.

-”A que no me pega usted¡”

-”A que si¡”- y reconocí la voz de uno de los funcionarios.

Inmediatamente sonaron llaves y se abrió un cangrejo. Sonaron golpes y alaridos de apaleado. Comencé a golpear el cangrejo de mi celda al tiempo que todos los presos que estaban hacían lo mismo y se esparcía la ensordecedora barahunda de las puertas de las dos galerías. Cuando nos callamos todavía se oía la discusión entre el preso y el funcionario.

– “A que no tienes cojones de pegarme otra vez¡” – dice la voz dolorida y patética del preso,

– “¿No ves?-dice el funcionario-¿No ves?¿Qué?¿Quieres que te machaque?

– “Déjalo macho¡”. dice otro funcionario.

Volvimos a golpear las puertas. Después de un rato volvió el silencio. El preso nos dijo por la ventana que lo habían golpeado, que se sentía mal y quería estar tranquilo. Y todo regreso al silencio cotidiano.

Una hora mas tarde trajeron la cena y reconocí la voz del funcionario de los golpes. El mismo, abrió la puerta, con una mano vendada. Miró, dejaron el rancho y rápidamente cerró la puerta.

Horas mas tarde, a las once de la noche apagaron las luces y ya no quedaba mas que meterse en la cama. Se abrió la puerta de la galería y llegaban retazos de conversación, pero me acosté sin preocuparme de nada. Estaba dormido cuando de repente la luz y el ruido de la puerta me despertó.

“¿Se ha dado usted cuenta de lo de la tarde?-me dice el funcionario.

Yo me recobraba sacando la cabeza de entre las sábanas, sin poder mantener los ojos totalmente abiertos, sorprendido y nebuloso.

“Usted también ha golpeado la puerta?”-vuelve a decir.

Claro, a ver si se acababa la paliza.

“Ustedes los políticos son gente mas civilizada, pero con esa gente no se puede, son capaces de matar a cualquiera, ustedes son mas…”

Supongo que no les quedará otro remedio que hacer lo que hacen.

Desnudo bajo las sábanas veía al funcionario parado en la puerta en una noche en que todo lo demás era silencio.

“Y qué opina de lo de la tarde?” – me pregunta.

“Pues que no está bien machacar a una persona, que además no se puede defender”.

Apoyó el codo en el cangrejo, levantando la mano vendada. Entre los presos se llama cangrejo a la puerta de seguridad, a la puerta de barrotes que hay en el interior de la celda, además de la puerta corriente.

“Lo he tenido que hacer porque me ha provocado. ¿No lo ha oído usted?”

Qué quiere que le diga – respondo.

“Ahora ya sabe usted cómo ha sido” dice, infiltrando en sus palabras algo de amenaza o de aviso, o de consejo.

Cerró la puerta, apagó la luz y se fue. La noche por la ventana se veía poblada de estrellas, pero había mosquitos, hacía calor. Y al disiparse el ruido metálico, el sonido de las botas por la galería, todo volvió al silencio forzado, a la paz bochornosa.

(…)

En cuarto menguante

Ayer, a las diez de la noche, un comando de los CAA (Comandos Autónomos Anticapitalistas) intentó al parecer entrar en Pasajes con una lancha tipo zodiac, la policía española los esperaba emboscada, y según desembarcaron los mataron a tiros. Pedro Mari Isart y Dionisio Aizpurua de Azpeitia y Jose Mari Izurza y Rafael Delas de Pamplona, cayeron muertos con mas de veinte impactos cada uno. Están bien muertos, ha declarado por radio el gobernador de Guipuzcoa.

Hoy al mediodía en la gasolinera St. Martin de Biarritz han matado a Xabier Pérez Arenaza, de Mondragón. Al parecer alguien se le ha acercado mientras repostaba gasolina en el coche y ha disparado contra él de cerca. Inmediatamente se ha difundido la reivindicación del GAL.

Aquí la tarde está triste. Hace mas de un mes que no salimos de las celdas y además no llegan buenas noticias. A veces da la sensación de que los huecos de la tierra se llenan con nuestros muertos y nuestros sueños.

Visto desde la ventana el patio aparece lleno de basuras y charcos de agua. A veces se ven renacuajos, moviéndose a breves y nerviosos coletazos.

Un nuevo día

Está prohibido colgar nada en las ventanas, pero ayer decidimos colgar cada uno una manta para protestar contra la prohibición. Me despierto antes del toque de diana, desde mi oscura celda por un resquicio de la manta veo cómo el amanecer trae tras de si un día nublado y difuso. Veo también las demás ventanas, en hilera, cubiertas por mantas o sábanas, como párpados dormidos de distinto color.

Las pisadas de los funcionarios en los pasillos, las dianas y luego el recuento. Un funcionario se acerca a la puerta, ojea por la mirilla y pasa a otra celda. Después traen el desayuno, chocolate aguado, pero no desayuno y ni siquiera me levanto de la cama. Después de repartir el desayuno los funcionarios parece que empiezan a retirar las mantas. Ruidos de puertas y discusiones en otra galería, estiro las sábanas y me tapo hasta los ojos.

Vienen de puerta en puerta. Llegan hasta la mía y la abren.

“¡Quite usted esa manta de la ventana¡”- ordena uno de los funcionarios con impaciencia.

“Porque según las normas no puede tenerse ningún objeto en la ventana¡”- dice otro.

“¿No la va a quitar?”- dice el tercero. – “Si no quita la manta tenemos orden de requisársela.”

– Yo no voy a quitar nada – digo – ustedes hagan lo que quieran.

Abren el cangrejo y entran irritados, sueltan la manta de la ventana y se la llevan a rastras. Se vuelve a cerrar el cangrejo y después la puerta.

Sin levantarme de la cama, por la ventana veo cómo manos autorizadas van quitando las mantas una a una. Parece que se abren párpados, que se abren uno a uno los párpados de un monstruo de mil ojos, que las ventanas al igual que los ojos se abren como ojos al nuevo día.

(…)

Vaya desnudándose

Por la tarde, abren la puerta de la celda y también el cangrejo.

– ¿Qué pasa?

-”Cacheo. Salga de la celda.”

Salgo al pasillo y me rodean cuatro funcionarios.

-”Vaya desnudándose.”

-Hace dos meses que no he salido de la celda y ya me han cacheado ustedes no se cuántas veces.

-”Son órdenes que tenemos.”

-Bueno, pues cachéeme.

-”Vaya quitándose la ropa.”

– Yo no me voy a quitar la ropa.

– “Si se niega usted al cacheo, sabe lo que le espera, por de pronto entrará la guardia civil.”

– Yo no me niego al cacheo, lo que digo es que yo no me quito la ropa, que el cachear es trabajo de ustedes.

– “Nosotros no estamos para desnudar a nadie.”

– Pues entonces no se para qué quieren ponerme desnudo.

-”Ya sabe usted lo que tiene, vamos a llamar al Centro y entrará la guardia civil”

– Bueno.

De vuelta a la celda, se cierran el cangrejo y la puerta, los funcionarios se van y quedo a la espera. Quizá entren los guardias civiles con sus cascos y sus armas. Por si me llevan a celdas de castigo, preparo algunas ropas y libros, a ver si puedo llevarlos.

Vuelven al de una hora, abren las puertas, me hacen salir, pero no hay guardias civiles sino los mismos funcionarios de antes.

– “Venga vamos a cachearle.”

– Yo no me desnudo, ya saben.

– “Hemos recibido órdenes de la Dirección de desnudarle nosotros, pero comprenda usted que para nosotros es muy difícil.

Nuevamente en lo mismo.

– “Venga, si se quita usted la ropa no se lo decimos a sus compañeros, no se entera nadie.”

– Y si no me cachean yo no le voy a decir nada al Director, pero yo no me quito nada.

– “Nosotros solamente cumplimos órdenes de la Dirección, para nosotros también es desagradable.”

– El caso es que ustedes tampoco pierden oportunidad para humillarnos.

– “Eso no es cierto, nosotros solo cumplimos órdenes.

– Pues yo no me desnudo.

Al final un funcionario me quita el jersey mientras me mantengo parado. Con torpes dedos me sueltan el cinturón y, uno a uno, los difíciles botones de la camisa.

La escena es asombrosa, en una larga galería de puertas cerradas, cuatro hombres uniformados desnudando a un joven para nada.

. “Ya vale, puede vestirse.”

Vuelvo a la celda y nuevamente se cierran tras de mi las dos puertas metálicas. Me tiendo en la cama, pienso en deshacer la bolsa recién hecha, y miro por la ventana. Los barrotes de siempre, parecen un arpa gris esperando que alguien la toque.

(…)

La lengua como refugio

Los presos políticos de los pueblos oprimidos declaran ante los tribunales que no hablarán en el idioma del Estado, que no hablarán sino en su lengua minorizada y marginada.

La mujer de Arneguy habla en euskera con el joven vizcaíno que acaba de llegar, mirando a la aduana intenta entenderse en euskera, uniendo en una difícil conversación lo que los dos idiomas de los policías de la aduana dividen, ofreciendo el amparo del euskera al sueño de una tierra sin fronteras ni carabineros.

En las capitales africanas los jóvenes parlan en francés porque son de tribus distintas y hablan lenguas diferentes. Pero cuando aparece un hombre blanco, aunque no se entiendan entre ellos, hablan cada uno el idioma de su tribu, o se quedan callados. Los hablantes de un idioma que casi nadie habla se unen y entre ellos existe una intimidad, uno vínculos sentimentales muy fuertes.

Dos presos hablan en euskera entre los funcionarios que los acechan. También hablan de ventana a ventana, aunque esté prohibido dar voces en euskera, con la seguridad de que escapan al control de los funcionarios y de que su lengua franquea barrotes y distancias.

Hay miles de situaciones. El idioma puede ser refugio, además de medio de relación. Un momento de libertad en el desapacible mundo impuesto por las circunstancias, un lugar distinto para protegerse de la curiosidad intrusa, una rebelión clandestina contra el sistema opresor. El idioma, además de ser un medio de comunicación, tiene multitud de utilidades defensivas y rebeldes.

La utilización del idioma es uno de los últimos apoyos que nos queda a los pueblos oprimidos y es un puntal difícil de derruir. El muy difícil borrar una lengua, es difícil tapar las bocas y, mas aún, imponer un idioma a quien se resiste. Es imposible para los extranjeros, para los funcionarios, para el Estado dominante, arrancar de entre esos labios la lengua de los secretos, de la intimidad, de la rebeldía, e imposible, aunque acallen labios, arrancarla del corazón.

(…)

Los tribunales

Hablando de los tribunales, en cierta ocasión, Michel Foucault explicó que en los tribunales existen una jerarquía y una serie de ritos establecidos, el de las diferentes sillas, el del vestuario, los papeles timbrados, un orden determinado de intervención, incluso un lenguaje específico y fosilizado.

Toda esa ceremonia de los tribunales de justicia-decía Foucault-no es para juzgar la culpa o inocencia del reo. Toda esa jerarquía y esos ritos no son mas que para probar la inocencia del propio tribunal.

(…)

Lo de ayer y lo de hoy

Ayer se reunieron en Madrid los ministros de interior José Barrionuevo y Gaston Deferre, para demostrarse mutuamente que los militantes de ETA son meros terroristas.

Esa mañana en Andoain la guardia civil acabó con dos jóvenes, Agustín Arregi y Juan Luis Lekuona, y detuvo a Jesus Mari Zabarte.

Por la tarde, en Biarritz, una bomba prendió y quemó a Tomás Pérez Revilla, Román Orbe y otros refugiados.

Y a pesar de todo, hoy no existe otra opción que la lucha armada.

(…)

La violencia y la simpleza

La violencia, para el pensamiento ajeno a ella, es una ciudad rodeada de murallas. Cuando se trata de discernir en ella, se recorre la muralla en todo su perímetro y no se encuentra ninguna puerta abierta. Pero quiero traer un tema periférico a la violencia, que siempre me ha parecido chocante, es la simpleza que se atribuye a la violencia.

He encontrado una cita apropiada. El místico de la delincuencia que fue Jean Genet, en su libro Journal du Voleur, decía que quienes viven en un ambiente de violencia son simples con ellos mismos.

Las razones de esa simpleza pueden hallarse, entre otras, en la cercanía de la muerte. El riesgo de morir por un lado espolea los sentimientos, restando espacio a la razón y al análisis. Por otro lado, viviendo en peligro la vida se impone como pasajera y se hace necesario esquematizar las cosas y actuar inmediatamente sin perderse en dudas. En tercer lugar, hacer frente a la muerte proporciona un cierto orgullo especial, tanto en el interior de uno mismo como hacia los demás, y es esta vanidad la que justifica la simpleza.

Pero la simplificación no se da solamente entre quienes ejercen violencia. En mi opinión, tan chocante como esa y mas flagrante es la simplificación de la gente que habla de violencia. Cuando se trata de violencia casi nunca se ofrecen mas que argumentos simples y pobres, de manera que en lugar de comprender la violencia o percibir su anatomía, se encubren sus causas y sus tramas verdaderas.

El pensamiento no sabe, por ahora, sino rodear el tema de la violencia. La filosofía, la literatura, la psicología o el cine pocas veces logran penetrar como testigos veraces en esa ciudad cerrada. El del simplismo es, mientras tanto, el caminar torpe de quienes circundan el tema.

(…)

Lejanas llamadas

Hace ya cinco meses que estamos castigados y casi no salimos de las celdas de aislamiento. Los días se nos escapan de forma absurda. De vez en cuando sucede algo que rompe el perezoso transcurrir del tiempo. Hoy al anochecer, por ejemplo. Ruido de puertas, los pasos de los funcionarios y, de repente, sonido de spray. Algún funcionario arroja ese spray que se utiliza para hacer perder el conocimiento, al interior de alguna celda.

¿Oye, por qué están echando ese spray? – le pregunto al de al lado, acercándome a la ventana.

“No se, algún desquite”

Ruidos de puertas, de spray, de insultos. También mi puerta se abre, un spray sostenido por una mano aparece y tengo que cerrar los ojos. Picazón en la nariz, en la garganta y en los ojos. Maldiciones y una terrible impotencia para defendernos de nuestros guardianes y pocas ganas de seguir escribiendo.

Mañana vendrá gente de nuestro país a los alrededores de la cárcel, como todos los sábados.¡Cuánto sentimiento y cuántos vínculos nos traen con sus lejanas llamadas!¡En esos gritos en los que los guardias civiles de las verjas solo entienden amenazas!.

Pero ahora que está cerrándose la noche no se oye aquí mas ruido que el de los ratones, esos ratones que perseverantemente agujerean las paredes.

(…)

En torno al silencio

“El silencio se define en relación a las palabras. Al igual que las pausas en la música. Cobra sentido por el caudal de notas a su alrededor. El silencio, por tanto, es un momento del lenguaje. Callar no es enmudecer, es no querer hablar, es decir seguir hablando.” (J.P. Sartre)

Al escribir esta especie de diario he contado muy poco de mi vida. También he callado deliberadamente muchas cosas importantes que han sucedido a mi alrededor durante estos meses. Algunos días no he escrito nada. En el lugar correspondiente a esos días tendría que haber hojas en blanco. Pero es imposible, pues todos los textos son, precisamente, para cubrir ese blanco del silencio.

Parece un contrasentido hablar del silencio, cuando el silencio sólo se plasma callando. Pero sólo con palabras se pueden exponer las reflexiones. Hablaré, no obstante, en voz baja estas últimas palabras, como también escribí en voz baja las anteriores, casi como en murmullo, para tratar de que no se pierdan también en el mundo del ruido.

Vivimos realmente en una civilización locuaz y ruidosa. Los periódicos, las radios, televisiones y demás, nos rodean con su verborrea ininterrumpida y el estruendo se extiende por nuestra vida cotidiana sin dejar vacíos. Pero no es solamente la presión de esa inmensa trama de la civilización, también cada uno de nosotros asumimos esa zarabanda y aportamos nuestra estridencia, creadores también nosotros de esa fragosa telaraña que nos atrapa. Precisamente es en esa tela de araña donde perdemos las palabras cristalinas, para decir en su lugar palabras sonantes y obligadas,

Y sumergidos en este mundo de palabras y gritería, se supone que quien está en silencio no es capaz de hablar, o no se atreve a hacerlo, o no tiene nada que decir. El silencio sólo se entiende como carencia o como debilidad. También puede ser la vía para negar ese ámbito de espectáculo y resonancia y para vivir de otra forma. Esto es, en silencio creativo.(…)

El silencio no es por tanto, siempre carencia y debilidad (…) En el silencio tenemos la oportunidad de bajar del tren de la barahunda habitual y encontrarnos con nosotros mismos. (…) El silencio creativo se parece a aquel silencio de los cromlech que mostró Jorge Oteiza.

Es silencio, pero habla en silencio y, esporádicamente se transforma en voz clara. El silencio creativo es, ciertamente, la continuación del lenguaje, el momento profundo del lenguaje. Mas aún, el lenguaje ideal: perenne, infinito, perfecto. Nuestras palabras corrientes, por el contrario, son perecederas, definidas, imperfectas. Así pues, éste es el objetivo último de nuestro lenguaje: que las palabras se parezcan al silencio. Encontrar en nuestro silencio todo el lenguaje.

Como si para callarse hiciera falta una justificación filosófica.

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