Home

Alizia Stürtze

(Texto escrito en el 2001)

La afroamericana Angela Davis, gran activista por la igualdad racial, sexual y económica; y especializada en el estudio de los mecanismos visibles y latentes del racismo, critica en sus libros “Women, Race and Class” y “Women, Culture and Politics” (en referencia sobre todo a la sociedad estadounidense, cuna del feminismo occidental) el dominio que sobre el movimiento feminista ejercen las privilegiadas mujeres blancas y las consecuencias que ésto tiene: la lucha por la igualdad es deficiente, hay un racismo latente, las preocupaciones u objetivos giran en torno a preocupaciones que responden a sus intereses de clase y no tanto a los de sus hermanas negras, latinas o asiáticas; así, las mujeres blancas de clase media pueden conseguir sus objetivos particulares sin por ello asegurar ningún progreso ostensible para las mujeres del Tercer Mundo o las racialmente oprimidas.

Es el viejo debate sobre si el feminismo debe ser o no un “feminismo de clase”, que parece haber quedado totalmente aparcado desde que las clases dejaron milagrosamente de existir tras la caída de la URSS. En todo caso creo que un feminismo de clase, tendente a una jerarquización y a una valoración diferentes de los problemas, habría priorizado (por encima de la condena al sistema patriarcal dominante en gran parte del Tercer Mundo) la condena sistemática del ajuste estructural impuesto por el Banco Mundial y por el Fondo Monetario Internacional causante de una creciente pobreza y de la reducción de los servicios públicos y, como consecuencia, de la acentuación de una tragedia que, según parece, no capta lo más mínimo la atención del movimiento feminista occidental actual a quien aparentemente no interesa la mujer en su función reproductora.

Con lo anterior me estoy refiriendo al hecho de que se calcula que en el Tercer Mundo anualmente mueren unas 600.000 mujeres jóvenes (unas 1.600 al día) durante el embarazo y el parto, y mientras por cada una que muere aproximadamente otras 30 sufren infecciones, lesiones e incapacidades por la misma causa; lo que significa que por lo menos 12 millones de mujeres al año sufren durante el embarazo y el parto una serie de daños que tendrán un profundo efecto en sus vidas, y constituye sin duda “la mayor y más oculta tragedia de nuestros tiempos . . ., tragedia que podría aligerarse introduciendo métodos aceptables para todos los países y para todas las culturas”. Sólo que esto requeriría de un trabajo mucho más oscuro y menos lucido que el que subyace a ciertas campañas sensacionalistas.

El mencionado “Women, Culture and Politics” recoge un artículo titulado “Women in Egypt” basado en la participación de Angela Davis en diversas conferencias y debates en torno al tema “Mujeres y Sexo” celebrados en El Cairo en 1985 y en el que se discutieron los temas tan del gusto occidental de la circuncisión femenina y del velo. Voy a recoger con entrecomillado, algunas de las opiniones emitidas por mujeres progresistas árabes y africanas sobre “esas salvadoras blancas, de clase media . . . que sólo defienden sus intereses y no los de las mujeres pobres (defienden el derecho al aborto pero se callan ante la práctica de la esterilizacion involuntaria a mujeres del Tercer Mundo) . . . y que siempre están prestas a caer en la actitud racista de creer que sólo con su ayuda conseguirán sus pobres hermanas negras salir de la opresión.”

La Asociación de Mujeres Africanas para la Investigación y el Desarrollo, por ejemplo, señala: “Esta nueva cruzada occidental (la antiablacionista) se basa en los prejuicios morales y culturales de la sociología judeo-cristiana occidental . . . en un intento de impactar en su público, han caído en el sensacionalismo y se han vuelto insensibles a la dignidad de esas mujeres que quieren ‘salvar’. No tienen conciencia alguna del racismo latente que semejantes campañas evocan en países donde el prejuicio etnocéntrico está tan arraigado. Y en su convicción de que se trata de una ‘causa justa’, olvidan que estas mujeres de una diferente raza y una diferente cultura son también seres humanos, y que la solidaridad sólo puede existir desde el respeto mutuo y desde la autoafirmación.”

En opinión de la Doctora Elbaz, de la Asociación para la Solidaridad de las Mujeres Arabes, “la campaña occidental contra la circuncisión femenina crea la impresión de que ésta constituye el eje de la opresión de la mujer musulmana y de hecho distrae la atención de los verdaderos problemas de la desigualdad de las mujeres que no han hecho sino aumentar desde que Egipto estableció estrechos vínculos con EEUU e Israel. Esta actitud ‘protectora’ de las mujeres occidentales, además de mostrar una gran miopía por su parte, está relacionada con interiorizados mecanismos coloniales y con su sentido de superioridad. Ellas deciden cuáles son nuestros problemas, cómo debemos enfrentarnos a ellos, sin ni tan siquiera molestarse en adquirir las herramientas para conocer nuestras preocupaciones, sin conocer nuestra cultura, nuestro nivel de desarrollo. Nos oponemos a su modo de relacionarse con nuestros problemas.”

Para la Dra. Zayat, respetada líder de causas progresistas, “es una ofensa que se insista en considerar el velo y la circuncisión femenina como las características más marcadas de la opresión de la mujer en Africa. Es lo único que se conoce de nosotras. Se nos define en términos de una sexualidad que nos es ajena. Todo ello refleja la internacional división del trabajo impuesta al Tercer Mundo por las países capitalistas occidentales . . . Queremos emanciparnos, queremos liberarnos, pero desde un punto de vista económico (es decir, añade A. Davis, enfrentándonos aisladamente a la desigualdad sexual no resolveremos los problemas asociados con el estado de dependencia económica de la mujer ni su exclusión del poder político).”

Según la Dra. Sadawi, pionera feminista, “la mutilación genital está condicionada por los elementos socioeconómicos. Su abolición universal sólo será posible en la medida en que se dé un proceso de integración de la mujer al trabajo (sólo un 10% lo tiene), se combata el analfabetismo (el 70% de la población femenina es analfabeta) y mejore su estatuto social. Y eso sólo lo podemos hacer desde dentro, desde una lucha que refleje las interconexiones complejas entre opresión económica, sexual y cultural a la que no es en absoluto ajeno Occidente.”

Parece claro que para estas mujeres la opresión sexista no es una forma aislada de opresión que, una vez solucionada, trae consigo la liberación de la mujer, sino una de las formas que la explotación adopta, entre las que también hay que incluir el racismo, la xenofobia, la pobreza, la enfermedad, el hambre y, desde luego, el dominio cultural. El imperialismo (aunque se disfrace de humanitarismo) y su acompañante ideológico que es el eurocentrismo, tienen un papel de primer orden y las mujeres occidentales les hacemos flaco favor apoyando sensacionalistas campañas contra el velo o la mutilación genital que sirven para distorsionar la condición real de las mujeres árabes y africanas y, a la postre, para aceptar o justificar la flagrante injerencia occidental económica, política y cultural en el Tercer Mundo, al creer (aunque sea inconscientemente y sin mala intención) en la superioridad de nuestros valores y, consecuentemente, en nuestra misión civilizadora o salvadora frente al salvajismo y la barbarie.

Está claro que las citas anteriormente expuestas por mujeres no sitúan en el mismo plano, ni muchísimo menos, tándems del tipo imperialismo/velo-circuncisión femenina o pobreza/derecho a participar en el alarde o al orgasmo clitoridiano. Nos acusan de olvidar que con nuestra ética y nuestra moralidad, con nuestros vacíos eslóganes de humanitarismo, paz, civilización, democracia, estamos ocultando la “real politik” practicada por el imperialismo occidental, que no está causando sino más frustración y más miseria a las mujeres del Tercer Mundo. Se quejan de que no respetamos su cultura que, con sus prohibiciones y sus prescripciones, les ha servido para relacionarse socialmente, con la naturaleza y el conjunto del cosmos y que no puede ser sustituída de prisa y corriendo por la ideología occidental extranjera sin causar un gran desequilibrio (la introducción publicitaria del modelo de mujer occidental “liberada” les está causando, dicen, graves trastornos). Protestan por nuestra ocultación de la responsabilidad de la Iglesia que controla gran parte de los centros de salud de muchos de esos países y que ha prohibido los medios contraceptivos, contribuyendo a hipotecar su porvenir e incluso a propagar el SIDA.

Se podrá argŸir que del 85 aquí han pasado muchas cosas y que lo que se dice en este artículo y en los dos libros de Davis en general está ya “pasado”. Opino justo lo contrario. El papel central que en ellos se atribuye a la penetración del neoliberalismo occidental en el empeoramiento de la situación de la mujer en esos países, expresado en términos socio-económicos y, por tanto, de género, no ha hecho sino aumentar, en cuanto que en estos 10 últimos años, las exigencias de privatización de lo público y de recorte de los gastos sociales por parte del boss occidental (lo que se llama ‘ajuste estructural’) han derivado en una aún mayor destrucción de las estructuras tradicionales económicas y sociales y consecuentemente en un empeoramiento del estatuto de la mujer, que ve desaparecer su función productora dentro de la estructura familiar clásica.

En todo caso, espero haber explicado la razón básica de otro artículo mio, anterior a este, en el que no pretendía otra cosa que introducir más elementos de juicio a la hora de debatir sobre la condición de la mujer en el Tercer Mundo, aprender a valorar mejor el sentido sensacionalista de ciertas campañas mediáticas y comprender que no podemos participar en ellas en el modo que quiere el poder, es decir, permitiendo que se utilicen para justificar moralmente cualquier intervención occidental.

Desde mi perspectiva, la mejor ayuda que podemos prestar a las mujeres del Tercer Mundo es condenar por principio y desde una posición abiertamente antiimperialista, todas las “intervenciones humanitarias” internacionales que no sirven más que a los intereses de las grandes potencias y que, encima, “maquillan” la creciente presión del BM y del FMI. Y apoyar sólo a aquellas organizaciones que defiendan proyectos reales de reconstrucción, solidarizarnos más con los movimientos de liberación, luchar contra esta reconstrucción de la autoridad “ética” del imperialismo y, desde luego, colaborar en la solución de las necesidades más reales y urgentes de esas mujeres como la reducción de la mortalidad y de los traumas por maternidad y otras enfermedades de la pobreza (la malaria, por ej.), bastante más prioritarias a mi entender que las campañas antiablacionistas, aunque no tan del gusto del sensacionalismo mediático y del gran público occidentales, metidos en plena cruzada anti-islámica. Tampoco nos vendría mal, de paso, atemperar algo nuestro etnocentrismo (la creencia de que nuestra representación del mundo es la más justa) y ese superior sentido misionero con que a los hombres y mujeres occidentales parece nos ha marcado la civilización judeo-cristiana.

——

Mandarina ácida

Es cierto que la mención del feminismo de clase es utilizada muchas veces por machirulos de izquierda para restar importancia o poner límites a nuestra denuncia a las  opresiones de género. Es habitual que un hombre al decir la frase “feminismo sí, pero de clase”, lo que realmente quiera decir es “yo decido por ti qué es feminismo de clase y qué no”, y eso es importante tenerlo en cuenta. Pero a mí no me da la gana por ello renunciar al concepto feminismo de clase,  y la mera idea me parece una barbaridad. Peor aún me parece mentar que eso “lo que hace es dividir el movimiento feminista”, porque me recuerda enormemente al chantaje emocional de nuestros compañeros de movimientos sociales. Porque es el mismo: “lo que haces es dividirnos”. Bueno, pues ya multiplicaremos en argumentos, ganas y luchas.

Los feminismos necesitan apellidos, porque los tienen. Porque cuando no tiene apellidos suele pasar que es “blanco occidental de clase media”. Porque hay feminismo negro, y hay feminismo obrero, feminismo marxista y anarcofeminismo, y porque todos ellos y muchos más entran dentro de una perspectiva enriquecedora para el mundo que es el feminismo de clase. Y porque no es lo mismo el Feminismo Liberal de NOW en E.E.U.U. que Mujeres Libres.  ¿Sororidad con cualquiera? La unidad puede hacerse de varias formas; se puede hacer bien o se puede hacer mal. La verdadera unidad no requiere una fusión que diluya los matices dentro de una corriente dominante que vuelva a esta homogénea, sino aceptar y respetar la autonomía  de perspectiva y acción, como ya mencionaban Mujeres Libres [1]. Y necesito apellidos para saber de dónde viene cada cual.

Cuidado, porque no podemos olvidar que la principal fidelidad que existe en las clases altas es…la fidelidad de clase [2]. Salvo honrosas excepciones, pueden dejar de lado perfectamente otras identidades oprimidas (porque ahí arriba no lo son tanto), con tal de mantener su estatus. Así que aunque pueda parecer que estamos “unidas en esto”, es muy probable que no sea así. No es algo ajeno a la historia del feminismo, como muchas feministas negras  nos han recordado ha habido turbios intereses por parte de las feministas blancas burguesas: Angela Y. Davis, Hazel V. Carby, bell hooks, Avtar Brah, etc.

Quiero decir con esto que, aunque pueda parecer que estamos unidas en un punto concreto, lo cierto es que si aumentamos la escala, es posible que deje de ser cierto. Podemos estar juntas por el derecho al aborto libre y gratuito. Aunque no afectará lo mismo a la que tenga los dineros para marcharse fuera que a la que no disponga de ellos, y eso es clase social. Pero aún hay más. ¿El derecho al aborto es el único interés en cuanto a nuestra salud reproductiva que tenemos? La salud reproductiva no es sólo poder abortar, sino también poder tener hijxs si así lo deseas. Y es más, poder disfrutar de ello. ¿Puede disfrutar la clase trabajadora de tener hijxs de la misma manera que la burguesía? ¿Pueden disfrutar de ello las mujeres latinoamericanas que vienen aquí a cuidar de los hogares y las crías de otras dejando atrás a sus familias? ¿En esa lucha contra el capitalismo atroz estarán las mujeres feministas que pelean porque haya más  mujeres superando ciertos techos de cristal y dirigiendo REPSOL?

No sólo eso: ¿vamos a leer acríticamente cualquier texto que se publique en nombre del feminismo, mientras nos cuelan valores neoliberales con calzador? ¿Nos va a parecer rompedor mentar la libertad de contrato como empoderamiento individual? ¿Qué clase de concepto de libertad utilizamos? ¿Nos ha invadido de tal forma la neolengua que no somos capaces de diferenciar los distintos significados que puede contener tan bella palabra? ¿No somos capaces de encontrar la diferencia entre la igualdad y libertad que nos menciona una feminista liberal y la que nos menta Silvia Federici?

Peor aún resulta todo cuando se mezclan ciertas llamadas a la unidad del feminismo con los “así yo no voy” a otras luchas sociales:  Assata Shakur participó del movimiento Panteras Negras, luchando contra el racismo y enfrentándose al machismo de su propio movimiento. Nunca dijo “así no lucho”, sino que luchó el doble. Lucía Sánchez Saornil no sólo se enfrentó al fascismo, sino al machismo que también seguía existiendo entre los compañeros anarquistas. Y nunca dijo “así no lucho”, sino que fundó Mujeres Libres. Todas las mujeres con las que me siento hermanada, se partieron doble o triplemente la cara (que la raza y otras opresiones también cuentan), por un feminismo que se entretejía con la lucha social. Muchos ejemplos inundan la bibliografía feminista. Si nosotras no luchamos, si nosotras no vamos, nadie lo va a hacer. Nadie va a exponer nuestro punto de vista.

Denunciar el machismo que sigue existiendo en nuestros movimientos sociales es de vital importancia, hay que seguir haciéndolo. Pero no pienso dejar de ser partícipe de esos movimientos, porque los llevo entretejidos en mis entrañas. Soy feminista, pero eso no explica todo de mí. Soy otras cosas, y no pienso dejarlas de lado. Y si no le tolero a los compas anarquistas y comunistas que me hagan elegir entre la lucha de clases o la lucha feminista, tampoco se lo pienso permitir al feminismo.

[1] Martha Acklsberg, Mujeres Libres, el anarquismo y la lucha por la emancipación de las mujeres. Ed Virus.

[2] Paco Vidarte, Ética Marica. Ed Egales.