Atar a los perros, que menos

Autor: Borroka garaia da!

A lo largo del tiempo he podido vivir diversas ocupaciones transformando casas deshabitadas en casas encantadas donde la magia popular hace su trabajo. Son momentos importantes que se quedan grabados en el recuerdo. Son el inicio, o mas bien, el seguimiento a proyectos o sueños que toman forma concreta, una gran convergencia de voluntades y esperanzas que no esperan a un futuro supuestamente mejor ni tienen en cuenta las limitaciones impuestas de un sistema cuadriculado diseñado para que todo funcione correctamente y que el arriba siga siendo arriba y el abajo, abajo. Pero eso no es lo correcto.

Por otro lado también he vivido la otra cara. Desalojos o destrucciones de edificios que el único mal que hacían era precisamente al bolsillo de los intereses de los que se desgañitan por los derechos humanos y la paz mientras aseguran a diario que el arriba siga siendo arriba y el abajo, abajo, a base de leyes y policías. Sus derechos humanos y su paz no valen una mierda.

En unas pocas horas en Iruñea se han podido ver esas dos caras. Por una parte, algo que tiene un valor extraordinario en la actual coyuntura social, política y económica. Que la juventud trabajadora a través de la acción directa tome las riendas de sus vidas y decida ocupar un edificio para así asegurarse la necesidad vital de una vivienda. Una juventud a la que se conmina a ser servil o ser apalizada mientras que ya son varias las generaciones que masivamente han visto cómo su posibilidad de tener una vivienda se veía truncada mientras decenas de miles de viviendas y edificios están vacíos. Este grado de dependencia, llama a más dependencia en espiral debido a la necesidad de la extensión de la precarización juvenil para que se produzca la explotación en condiciones óptimas. Lo que en otras palabras significa que se están riendo a la puta cara de la juventud trabajadora vasca mientras que algunos de sus mayores y progenitores andan preocupados por el orden público (o sea, la propiedad privada) y no de unirse a ellos cuando también están siendo explotados.

Estamos acostumbradas a que cuando un gaztetxe de cualquier localidad, o en este caso un squat para vivienda es desalojado, sean los ayuntamientos de la derecha regionalista vasca como valedores del capital los denunciados como parte del engranaje de la máquina demoledora. ¿Qué ocurre cuando en este caso la alcaldía se dice de izquierda y abertzale, y la policía municipal a su supuesto control dirige una operación de castigo con el apoyo de la policía nacional española y desata la represión sin contemplaciones?

Pues lo que ocurre en primer lugar es amplia vergüenza que no puede ser camuflada ni con los mejores discursos burócratas ni técnicos en nombre de pragmatismos y estrategias. Esos ya los sabemos de memoria de décadas de desalojos bajo el manto jeltzale. Como tampoco se puede poner en la misma balanza al atacante y al atacado. Echar balones fuera no parece que de resultado.

No se puede ser árbitro en el conflicto social y en la lucha de clases. El silbato lo lleva siempre el capital. Lo cual, nos lleva ineludiblemente a que al que asa dos conejos a la vez, uno se le quema. No se puede servir a dos señores a un tiempo y tener a cada uno contento. Repicar la campana y llevar al Santo; las dos cosas a la vez, no puede ser.

Esta situación remite a algo más viejo que mear contra la pared. Algo que ocurre siempre, sin excepciones, en cualquier parte del mundo, allá donde el movimiento popular tiene cierta fuerza y donde algunos pretenden hacer cambios institucionales. Que, o las iniciativas populares y de acción directa con verdadera raíz transformadora y anticapitalista son vistas como una oportunidad o lo son como una molestia a integrar. En un caso sirven para confrontar el estado de las cosas, aumentar la conciencia, la lucha ideológica y dar pasos hacia adelante. En el otro caso se buscarán mil maneras desde la represión hasta la subvención para intentar asimilar y controlar.

En este cruce de caminos cabría recordar o llegar a repensar que verdaderamente los gaztexes, las casas ocupadas y el movimiento vasco de ocupación en general no es que sean elementos de paradigmas ajenos al sistema y sus instituciones, que lo son, sino que son propiamente institucionalidad genuina y empoderada, por lo que cualquier ataque o dejación de deberes en su protección y salvaguarda de autonomía es algo anti-institucional en cuanto a los intereses de las clases populares vascas. Por lo que aquí salen a relucir y chocan dos proyectos diferentes entre sí, más allá de debates técnicos. Si un ayuntamiento apuesta por la transformación real, será él, el que debe gestionar sus propios fallos y falta de audacia sabedor de su grado de subsidiaridad en relación a la iniciativa popular y de dependencia gestora del monopolio de la violencia del estado, la ley y el capitalismo.

Si por el contrario se plantea que las molestias (como si no tuvieran pocas) las tenga el movimiento popular, aparece la burocracia académica auto-justificativa y cómoda tras un buen sueldo cada mes de profesionales acomodados y  desaparece la autocrítica que en este caso debería ir desde la irrisoria ley de vivienda de Nafarroa, pasando por la cultura del parcheo del sistema o directamente ataques contra la juventud trabajadora. Que el debate, técnico, esté centrado en quién o qué dio la orden de desalojo, mientras se reparten institucionalmente solidaridades a policías agresores y jóvenes precarios agredidos de clase trabajadora solo es una muestra de la distancia que existe hasta el eje de transformación que pasa ineludiblemente por herramientas hoy imprescindibles como la ocupación.

Para otro día queda hablar sobre la imposibilidad de transformar la función policial o carcelaria ( o del mismo sistema en su globalidad) de un sistema capitalista a través de su mera gestión. Pues no se conoce en el mundo ejemplo alguno donde los conquistados se hayan liberado a través del conquistador. O que ningún estado , policía , sistema carcelario o sistema económico sea neutro y moldeable.